Opinión 

El comentario de hoy, martes 15 de diciembre 2020

Oaxaca arrastra un sinfín de conflictos agrarios, disputas comunitarias y viejos problemas. Un pedazo de tierra seca o simple erial improductivo, ha sido motivo de muertes. Hoy en día hay aún decenas de conflictos. ¿Cuántos muertos ha dejado el que libran Santo Domingo Yosoñama y San Juan Mixtepec o San Sebastián Nopalera y Zimatlán de Lázaro Cárdenas? Presumo que algunas decenas. ¿Y cuántos han sucumbido por los problemas entre comunidades de la Sierra Sur, dado los conflictos agrarios que ahí se libran y que son motivo de emboscadas y masacres?

Ya hemos mencionado aquí algunos recientes como los fallecidos de San Pedro Mártir Quiechapa o Santa María Ecatepec, emboscados por sus vecinos de Santiago Lachivía o San Lucas Ixcotepec, respectivamente. Los problemas se arrastran de generación en generación, precisamente porque siempre hay intereses políticos y de grupo que se empecinan en mantenerlos vigentes. Los titiriteros ajenos a las comunidades, son los que buscan a toda costa llevar agua a su molino, sin importar el costo en violencia o sangre.

Desde hace años las comunidades mixes de San Pedro y San Pablo Ayutla y su vecina, Tamazulapan del Espíritu Santo, libran un conflicto por el agua. La primera ha visto su suerte con la carencia del vital líquido. Pero luego de que el pasado 5 de diciembre, el gobernador del estado les entregara un pozo profundo, para conectar la red de distribución y beneficiar al menos 3 mil familias, se soltaron los demonios.

Los grupos que han pervivido del conflicto, que han alimentado el encono y el odio entre hermanos de la misma etnia, no quieren que se solucione el problema del agua, sino que el diferendo continúe. La idea es, pues, mantenerlo, dando hacia el exterior la imagen de que en Oaxaca vivimos aún en un estado semi-salvaje, en donde prevalece la ley del más fuerte y la violencia. Su método ya es conocido: convertir un tema local, que se puede resolver por la vía del diálogo y la conciliación, en un fenómeno mediático, haciéndose víctimas, esa especie abominable tan común en dichos grupos. O buscar los reflectores de aquellos que sólo persiguen la nota sin conocer los antecedentes, mucho menos la idiosincrasia de nuestra gente. Apelar a los organismos de derechos humanos y rasgarse las vestiduras. En el fondo de todo son los principales instigadores de la violencia que, ante cualquier hecho grave, son los primeros que se encogen de hombros. El hashtag #aguaparaAyutla se convirtió en tendencia, mientras unos cuantos sólo querían prolongar la sequía. (JPA)

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